Autoridades de nuestra Universidad, Docentes que nos han acompañado en estos años, amigos y familiares que se encuentran en este día, compañeros de carrera y compañeros de Pedagogía, a todos ustedes, muy buenos días.
Hace varios años, cuando cada uno de nosotros ingresaba a su respectiva carrera y sólo éramos adolescentes con la foto de la Licenciatura todavía secándose en el cuadro, en nuestros primeros días nos reunieron para someternos al ritual milenario de la primera presentación. Como si se tratase de alguna superstición pagana, éramos invitados a recitar nuestro nombre, y a inventar una respuesta a la pregunta que todavía no tiene una respuesta clara: “¿Por qué eligió estudiar Pedagogía?”.
Ese día las respuestas fueron ambiguas, entre risas nerviosas, entre silencios ahogados. Y cuando dieron la vuelta a la sala, todos parecimos olvidar esa pregunta, y terminamos sumergiéndonos en la rutina de los ramos, de las ventanas y de los paros. Pero la pregunta siguió ahí. Y por mucho que nos alejamos de ella, durante estos años, la pregunta maduró entre los pasillos y entre las estaciones, entre el frío y el barro, entre la lluvia y la luz del sol.
La pregunta estuvo ahí todo este tiempo, y sólo hasta hace muy poco, quizás, regresamos a ella. La gran mayoría de los presentes viene de vivir, o de sobrevivir, a los procesos de práctica que, en cada experiencia personal, vino a refrescar ese cuestionamiento de días pasados. ¿Por qué elegimos esta carrera, por qué estamos aquí? ¿Por qué nos hemos vuelto profesoras y profesores?
A diferencia de hace cinco o siete o más años, ya no pueden existir en nosotros ambigüedades, ni puede ser tomado a la ligera, ni podemos quedarnos callados. No después de haberles conocido, ni de haber compartido con ellos. No después de haber pasado horas y horas con ellos, no después de preocuparnos y de alegrarnos por ellos, de sufrir con ellos, y de reír con ellos. Después de nuestros primeros estudiantes, la respuesta a esa pregunta ya no puede ser ociosa ni superficial.
Nuestros estudiantes, que durante muchos años no fueron más que una simple etiqueta y una palabra que rondaba en las páginas de nuestros libros, se hicieron carne frente a nosotros, y emergieron como personas, como sujetos, como mundos abiertos. Lo mínimo que merecen, es que podamos responder a esa pregunta con propiedad.
La respuesta vive en cada uno de nosotros. Vive en lo que pensamos y en lo que hacemos, y en lo que dejamos de hacer. La respuesta se cuela de nuestras mentes y nuestras bocas y salpica en todas las facetas de nuestra vida, y los estudiantes pueden percatarse de ello. Enseñar y disfrutarlo parece exigirnos la imposibilidad de ser indiferentes; ningún educador puede desentenderse de sí mismo y de quienes educa, ni del mundo en el que lo hace.
Ciertamente, el mundo en el que nos tocará enseñar es muy diferente al que vivieron nuestros maestros; es posible que aquello que conocemos ahora caduque en un par de años más y tengamos que volver a aprender a vivir en un mundo completamente distinto, quién sabe. Pero los desafíos tienden a repetirse, y también los enemigos. El odio, la intolerancia, el egoísmo, la ambición y la ignorancia no retroceden, y justo en los tiempos en que vivimos, parecen ganar terreno alrededor del mundo. La injusticia y la necedad siguen cobrando víctimas, incluso aquí, incluso ahora; es preciso enfrentarlas, y ahí donde alguien comulgue y nutra los actos de amor, de fraternidad, de probidad y de sabiduría, existirá esperanza de vivir en un mundo mejor para todos.
¿Cómo construir una sociedad en la que los niños puedan ser felices, los jóvenes tener sueños y los adultos tener bienestar? Es otra pregunta complicada, pero mientras otros sólo balbucean alguna idea trasnochada, nosotros podemos pasar a la acción, al campo de batalla. Quién haya conocido a una profesora o a un profesor inolvidable, sabe de lo que hablo y del efecto que esas personas surten en los niños y en los jóvenes, de la influencia que tienen en su desarrollo. Quizás no podamos cambiar al mundo, pero podemos nutrir y proteger a quienes sí podrán hacerlo.
¿Por qué nos hicimos profesores? Tal vez la pregunta está mal planteada, porque alude al pasado, a lo que fue. A lo terminado, a lo ya hecho. Pero todos los que estamos aquí no somos sino el brote de lo que seremos mañana. Para responder a la pregunta ya no basta que pensemos en nuestras razones, ya no es suficiente. Tendremos que responder diciendo “Elegí pedagogía por lo que voy a hacer, y por lo que voy a lograr; por cómo me entregaré y viviré para mis estudiantes, para verlos crecer y para verlos triunfar”. La pregunta se vuelve entonces un desafío, y la respuesta un sueño. Uno que vale la pena.
Después de este momento final, y tras estas puertas hay un mundo que será duro y difícil para todos. Algunos lo conocemos de nuestros mentores, y otros lo viviremos en carne propia; nadie nunca dijo que sería un viaje placentero, y tanto mejor. Muchos caeremos, porque en este trabajo a veces es preciso derrumbarse; pero el que sea capaz de ponerse de pie, de secarse las lágrimas, limpiarse el rostro y volver a sonreír, ése vivirá una vida plena y próspera.
No les conozco a todos, pero sólo por el compartir esa pregunta y por buscar esa respuesta, les deseo el mayor de los éxitos, la más dulce de las felicidades, que espero puedan disfrutar con sus familias y sus seres queridos, con las amistades que han forjado en estos años. Es un momento espléndido, es un momento maravilloso, donde miramos atrás un instante, para avanzar audazmente, sin miedo.
Muchas gracias.
Ramón Sebastián Chanqueo Cariqueo
Profesor de Estado en Historia, Geografía y Educación Cívica
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